No obstante en la cultura mesoamericana se crearon espacios educativos formales donde los guerreros, los astrónomos y los dirigentes adquirían los conocimientos para hacer funcionar las estructuras teocráticas y garantizar la expansión de los grandes imperios caracterizados, en parte, por la vigencia de un sistema vertical, jerárquico, autoritario y violento como el mexica y la existencia de un vínculo tributario entre las ciudades receptoras y las pequeñas aldeas, la educación para los indígenas, propiamente dicha y sistemática, se inició en la Nueva España durante el período colonial. En los siglos XVI y XVII coexistieron dos visiones paradójicas pero complementarias en torno a la población india en nuestro país. Por una parte, en muchos lugares del actual territorio mexicano, la administración colonial desplegó una política de segregación social fundada en estigmas racistas y sistemas jerárquicos que relacionaban determinados atributos biológicos, somáticos y genéticos con las características morales, estéticas e intelectuales de razas específicas ; los colonizadores, en su mayoría, se identificaban con la raza superior y percibían a los indios colonizados como inferiores. Por otra, los misioneros católicos se esforzaron en difundir el catolicismo y la castellanización entre la población aborigen, convencidos de la capacidad de esta raza para adquirir nuevos valores culturales acerca de la propiedad, el trabajo, el uso de la riqueza y el buen comportamiento moral. Las órdenes religiosas desplegaron, en consecuencia, acciones educativas sistemáticas a través de las escuelas eclesiásticas, los seminarios y las tareas de evangelización y castellanización dirigidas a los indios, interviniendo, más que en su eliminación, en la conformación de nuevas identidades locales y regionales . El proceso de conversión religiosa no resultó, sin embargo, totalmente exitoso. A pesar de que los frailes, los virreyes y las autoridades coloniales lucharon contra la vigencia de los cultos antiguos y las que entonces denominaron prácticas de idolatría, incluidas la superstición, la adivinación y el degüello de criaturas y consumo de su carne , habiendo sugerido someter a los practicantes a la autoridad de la Inquisición , los indígenas de las regiones montañosas y alejadas simulaban su conversión al catolicismo, manteniendo vivos sus cultos antiguos. Simular la conversión religiosa, a través del sometimiento al bautizo en los nuevos templos católicos, ayudó a los pueblos indios a negociar y a mantener el control comunal sobre sus tierras en las Haciendas Coloniales, en los Repartimentos y en las posteriores Intendencias . La autonomía relativa de los pueblos indios se veía también favorecida por la prohibición de la mezcla de castas , reportándose concepciones culturales distintas a las de los colonizadores acerca del uso y la distribución de la riqueza, o el significado atribuido al trabajo, al ocio, la embriaguez, los bailes y las fiestas comunitarias . 2. Los indígenas olvidados en las escuelas de tercera clase del siglo XIX En el siglo XIX, la guerra de independencia se había traducido en la eliminación de las Leyes de Indias que otorgaban derechos, obligaciones y un estatuto legal a los pueblos lingüística y culturalmente distintivos, así como a sus territorios. Los conflictos entre los sectores liberales y conservadores, motivados por los primeros esfuerzos por consolidar el Estado nacional en México, marcaron nuevas prioridades y un impase en la historia de la educación para los indígenas. Los Institutos de Ciencias y Artes, las escuelas primarias laicas y las escuelas normales lancasterianas propias del proyecto liberal, de modo similar a las instituciones de enseñanza religiosa a cargo de los conservadores, se dedicaban a difundir una variedad de opciones educativas donde lo indio no ocupaba un lugar específico. Triunfante, el proyecto liberal se definió como asimilativo porque pretendió engullir la diversidad lingüística y cultural en las entrañas de la ciudadanía y la Ilustración, haciendo desaparecer el término indio de los documentos oficiales de 1824 a 1917. Este siglo se caracterizó por la promoción de la propiedad privada, la desamortización de los bienes eclesiásticos y comunales, así como la emergencia de conflictos no sólo culturales, sino ideológicos, que explicaban por qué muchas localidades rurales se oponían a los incipientes y desarticulados esfuerzos de castellanización y expansión de la instrucción popular en los pueblos. A finales del siglo, al interés por consolidar un Estado nacional fuerte y soberano se sumó el de estimular la industrialización del país; objetivo que resultó más importante que aumentar el número de escuelas. Durante su dictadura, El General PORFIRIO DÍAZ--inspirado en el positivismo social de AUGUSTO COMTE-- desarrolló y modernizó la red ferroviaria, la industria minera, el comercio de manufacturas y las haciendas maiceras y cafetaleras, a fin de favorecer el mercado de inversiones extranjeras e interno. Aunque la intensificación de las relaciones económicas supuso la emergencia de nuevas actividades especializadas y el desarrollo de mecanismos de acumulación diferencial al interior de los pueblos, sus habitantes continuaron utilizando el arado egipcio para sembrar el maíz suficiente para cubrir sus necesidades alimenticias inmediatas, mantuvieron pequeñas pastorías de ganado y, en consecuencia, conservaron sus patrones tradicionales de vida, de consumo y de mercadería; reportándose mayor estabilidad política en los pueblos indígenas en comparación con el período de la Reforma . Además de que la industrialización porfiriana no modificó de manera radical los mecanismos económicos de autorreproducción de las sociedades rurales tradicionales, en algunas entidades de la república se consideró que para que el pueblo accediera al progreso y elevara su nivel intelectual, moral y estético resultaba necesario jerarquizar y diferenciar las escuelas en clases. Como ejemplo, en una entidad con alta composición indígena como Oaxaca, los planteles de párvulos y las primarias de primera clase, al igual que las superiores, las anexas a las escuelas normales y el Instituto de Ciencias y Artes, se fundaron en la capital del estado, mientras las primarias de segunda y tercera clase se abrieron en las regiones alejadas y periféricas . En casos como este las autoridades, los jefes políticos, los miembros de las juntas corresponsales y los maestros coincidían en que las escuelas debían clasificarse, en orden de importancia, como lo sostenía ENRIQUE RÉBSAMEN: del centro a la periferia. Se consideraba que a baja demanda pocos maestros y a pocos maestros, escuelas unitarias y de medio tiempo. Una demanda escolar alta, al contrario, equivalía a muchos maestros que, además, debían ofrecer una educación de carácter perfecto, en la modalidad de tiempo completo. La educación diferencial se asociaba con el carácter urbano o periférico de los planteles, distribuyéndose de modo desigual los escasos presupuestos dedicados a la educación del pueblo. Los contrastes entre las escuelas de primera, segunda y tercera clase --en cuanto a la calidad de los edificios, la amplitud y el número de habitaciones, la orientación, la ventilación, la iluminación y el ornato, el estatuto de propiedad municipal o particular, el monto dedicado al pago de rentas y las condiciones higiénicas--, se relacionaban con el espacio geográfico que ocupaban. Las escuelas de las capitales y las ubicadas en las cabeceras distritales cercanas a ella contaban con las mejores condiciones materiales para la enseñanza . Las escuelas de tercera clase, en contraste, tenían patios de tierra, clima malsano, pésimas condiciones higiénicas e insalubridady, en algunos casos, la única pieza se utilizaba para las prácticas de instrucción escolar y como dormitorio de los jóvenes solteros o del párroco del pueblo; el detrimento de la periferia a favor del centro se comprueba al contrastar los planos arquitectónicos de los planteles educativos en esa época. El escaso atractivo que representaban las escuelas para los indígenas, calificadas por algunas autoridades escolares como mazmorras , parecía intervenir en la escasa participación escolar de los alumnos radicados en las regiones periféricas del país El carácter municipal de muchas escuelas de segunda clase, y todas las de tercera, se traducía en problemas relacionados con el pago a los preceptores, tanto en relación a sus sueldos, como a los gastos derivados de sus traslados a las comunidades, los cuales eran sufragados por ellos mismos, por los pobladores o por las autoridades locales. Las diferencias entre la situación del maestro municipal y el financiado por el gobierno estatal consistían más que en el pago recibido, en la seguridad y periodicidad salarial, pues los montos destinados a las tareas de enseñanza eran llamativamente distintos einequitativos en ambos casos.
Los frecuentes cambios y renuncias de los maestros que dependían de los municipios se relacionaban con problemas económicos y de salud . La hostilidad climática de los lugares alejados y serranos, así como la inexistencia de servicios médicos en los pueblos, parecía agregarse a las condiciones difíciles enfrentadas por los preceptores. Los constantes permisos, los cambios y las renuncias, ya fuera por problemas de pago o salud, parecía indicar el poco arraigo de los mentores en las comunidades que trabajaban. Se trataba de personas ajenas a las localidades, que permanecían durante períodos cortos en los pueblos y eran asignadas de acuerdo a un patrón ocupacional inestable, caracterizado por la constante movilidad geográfica. A estos problemas se sumaban los distintos niveles de calificación profesional de los docentes pues, a pesar de que las disposiciones oficiales les exigían cumplir con los requisitos básicos para su ejercicio --someterse a exámenes periódicos-- los lugares alejados no contaban con maestros titulados y los jefes políticos amenazaban con clausurar las escuelas o tenían que hacerlo contrastes que se expresaban también en el número de libros con que contaban los maestros para apoyar sus enseñanzas.
Las concepciones docentes que prevalecían acerca de los indígenas, sumadas al número reducido de maestros que atendían las escuelas periféricas, motivaban que los contenidos, los métodos y los tiempos escolares fueran reducidos y adaptados. Algunos de los preceptores de las escuelas de segunda y tercera clase --unitarias e imperfectas-- proponían recortar el programa y optar por el método antiguo, basado en la enseñanza mutua, porque consideraban imposible que un sólo maestro atendiera a más de dossecciones de niños indígenas siguiendo el método simultáneo. Por otro, las reducciones se justificaban a partir de las características lingüísticas del alumnado y el objetivo de unificar el idioma nacional. Aunque gran parte de las adaptaciones curriculares se asociaban al escaso número de maestros, las dificultades en la enseñanza del español a los indígenas eran también utilizadas para justificar las adaptaciones . Los preceptores solían asumir que los programas oficiales estatales, en el caso de las escuelas elementales que contaban con alumnos indígenas, resultaban sobrecargados en los dos primeros años, según la organización europea. Sugerían, en consecuencia, que las enseñanzas se concentraran en el área de lenguaje como fundamento de la enseñanza elemental. En la mayoría de los casos, la reducción de los programas a la enseñanza del castellano no consideraba la lengua nativa de los alumnos como base para el aprendizaje escolar; práctica recurrente aún cuando se contara con alguna gramática en lengua indígena. Los maestros parecían compartir la idea de que el monolingüismo de los alumnos en lengua indígena demandaba postergar la atención al resto de las materias, centrándose en la enseñanza directa de la lengua nacional. Los preceptores también sugerían reducir los contenidos aritméticos a la enseñanza del cálculo elemental, verbal y objetivo, y restringir los aprendizajes a las unidades, las decenas y las centenas, ilustradas a partir de problemas fáciles de casos comunes en la vida doméstica ; reducción que resulta evidente al comparar los contenidos y las materias tratados en las escuelas elementales de las ciudades y las cabeceras municipales, con los impartidos en las escuelas foráneas. También eran distintos los tiempos dedicados a la enseñanza en las escuelas de tiempo completo y unitarias. En las primeras, las clases en primer año debían durar quince minutos, trabajando dos y media horas en la mañana y dos en la tarde; mientras que las impartidas en segundo deberían durar veinte minutos, cubriendo tres horas en la mañana y dos en la tarde. Se esperaba que las clases de tercer año ocuparan treinta minutos, acumulando cinco y media horas al día y, en cuanto a las cursadas en cuarto año, se dedicaran treinta minutos, trabajando seis horas por jornada. Dos preceptores podían estar con los alumnos de tercero y cuarto, mientras dos ayudantes tenían a su cargo el primero y el segundo grado. En la mañana se impartían lengua nacional, aritmética, enseñanza intuitiva, ciencias naturales, agricultura, historia y geografía, y en las tardes caligrafía, dibujo, instrucción cívica, moral, canto y labores de mano para las niñas. En las escuelas unitarias, en contraste, cuando los niños y las niñas asistían mañana y tarde, el maestro impartía clases simultáneas a grados escolares distintos, fragmentando los tiempos en segmentos extremadamente breves. En estos casos, el recreo sólo se justificaba cuando se advertían fatigadas las facultades de los alumnos. 3. La educación para los indígenas en el siglo XX 

3.2 La escuela de la acción como dispositivo pedagógico Durante la presidencia de PLUTARCO ELÍAS CALLES, con JOSÉ M. PUIG CASAURANC al frente de la Secretaría de EducaciónPública, el subsecretario MOISÉS SÁENZ dejó atrás el intelectualismo latino de JOSÉ VASCONCELOS y la antropología aplicada de MANUEL GAMIO, aunque también buscó rutas viables para hacer realidad el proyecto agrarista posrevolucionario. A partir de un discurso inspirado en el pragmatismo e integralismo, Sáenz diseñó un dispositivo pedagógico que, sustentado en acciones escolares prácticas --como el trabajo en los gallineros, los huertos, las hortalizas y las parcelas escolares--, intervendría al lado de las comunicaciones y el trabajo social y comunitario en la consolidación del espíritu rural, del reparto agrario y del arraigo local de nuevas formas de producción . En el discurso de Sáenz, tal dispositivo influiría integralmente en los campos económico, de la salud, educativo y recreativo, subordinando al indio, su lengua y su cultura a una comunidad nacional imaginada e integrada por la nueva clase rural; de ahí que Sáenz negara la existencia del indio en México . En un país cuya industria se encontraba en manos extranjeras y el poder se concentraba en los curas católicos, los caciques locales y los terratenientes, el pragmatismo social norteamericano se convertía en garantía de un desarrollo nacional tipo farmer. Para JOHN DEWEY --fuente de inspiración de Sáenz-- las distinciones culturales debían subsumirse al concepto de clase social y al ideario democrático del pragmatismo, el cual intervino en el diseño de los modelos educativos rurales. Las Misiones Culturales, las Escuelas Centrales Agrícolas, las Normales Campesinas y las Escuelas Rurales, se identificaron con la escuela de la acción, fundada en la motivación, el respeto a la personalidad, la autoexpresión, la vitalización del trabajo, el método por proyectos, el aprender haciendo y, sobre todo, la promoción de la democracia comunitaria por medio de la educación.


.4 El indigenismo institucional Con la creación del Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas (DAAI), la antropología adquirió el status de ciencia oficial , inaugurándose también el indigenismo oficial . La inclusión corporativa de los indios al sector campesino convertía al DAAI, a cargo de MIGUEL OTHÓN DE MENDIZÁBAL, en una instancia de verificación y seguimiento de las políticas socialistas hacia esta población, sin injerencia en la definición de las mismas. Las primeras discusiones sistemáticas en torno a la enseñanza bilingüe, asociadas con la presencia del Instituto Lingüístico de Verano y las conclusiones derivadas de la Asamblea de Filólogos y Lingüistas que se realizó en 1939, concluyeron en la aprobación del proyecto tarasco de MAURICIO SWADESH, cuyo objetivo estribó en alfabetizar a los indígenas en lengua nativa para garantizar tanto su desarrollo cultural, como su castellanización. A pesar de la influencia de diversas organizaciones étnicas en las acciones coordinadas por MIGUEL OTHÓN DE MENDIZÁBAL --como la que ejercieron los maestros tarahumaras para realizar en 1940 el Primer Congreso Indigenista Interamericano en Pátzcuaro, Michoacán -- las especificidades lingüísticas, culturales y étnicas de los pueblos indígenas, así como su necesaria inclusión ciudadana en el proyecto nacional, se diluyeron a favor de la búsqueda de alternativas que modificaran las relaciones de explotación impuestas a la llamada "clase indígena". En consecuencia y dos años más tarde, durante la presidencia de MANUEL ÁVILA CAMACHO y estando al frente del Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas GONZALO AGUIRRE BELTRÁN, el indigenismo institucionalizado dirigió su atención a las regiones de refugio. La configuración regional, para Aguirre Beltrán, relacionaba a indios y ladinos, a la vez que reproducía el colonialismo y las relaciones de trabajo precapitalistas. Se rompía, en este sentido, con la concepción atomística y folk de la aculturación que sostenían la antropología funcional británica de BRONISLAW MALINOWSKI y la antropología social estructuralista de JULES HENRY, ROBERT REDFIELD y ELSIE PARSONS generándose una interesante teoría política acerca del cambio cultural en las regiones interculturales de México. JULIO DE LA FUENTE, con preocupaciones más enfocadas a la acción educativa que al diseño de políticas públicas, aprovechó la


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